Juan Luis Vives (1492-1540) fue un gran sabio español.
Valenciano de nacimiento, su vida estuvo marcada por eventos personales y
sociales que le llevaron a conformar una personalidad profundamente humanista,
al conjugar la sensibilidad -y la bondad- con un enorme desarrollo intelectual.
De ascendencia judía, Vives comenzó desde su juventud un periplo europeo que le
hizo adquirir una formación enciclopédica y coincidir con Erasmo de Róterdam y
Santo Tomas Moro, forjándose entre los tres una sólida amistad, basada en la
admiración. De Vives alababan sobre todo su perseverancia, su constante hambre
de conocimiento y su infatigable capacidad para el trabajo, el estudio y la
producción literaria. Su travesía desde Valencia hacia París, Lovaina, Brujas
(donde encontró a su futura esposa, Margarita Valldaura, hija de mercaderes
valencianos también exiliados, a quien ya había conocido años antes, pues se le
encargó su instrucción) y Oxford vino propiciada por la persecución de la
Inquisición sobre su familia. El padre de Vives decidió que su hijo estudiase
fuera de España, en Francia, con la finalidad de que él sí pudiera escapar de
la presión a la que estaban siendo sometidos, por su judaísmo, aunque lo
profesaban en secreto. Por desgracia, su padre no pudo irse con él, fue quemado
vivo en la hoguera, y su madre, que ya había fallecido por la peste,
desenterrada y sus huesos también quemados, condenados ambos por herejía y quedando
su memoria anatemizada para siempre. Luis Vives no lo pudo soportar; quería
muchísimo a su madre, por encima de todo y de todos, y se sumió en una
depresión que realmente nunca superó. No volvió jamás a pisar España. Solo
escribir, recordando las lecciones de su madre cuando él era niño, le llevaba a
una cierta calma, a un sosiego intelectual reflejado en sus Diálogos sobre la educación.
La obra de Vives es de una pureza y refinamiento
en el uso del latín incontestables. Su pensamiento abarcó múltiples campos de
la Filosofía, de la Filología Clásica (reivindicando el estudio del latín y del
griego para obtener no ya solo conocimientos sobre unas sociedades matrices de
la actual, sino una forma mentis,
esto es, orden mental, claridad de ideas, organización en el pensamiento y la
palabra, cuestiones con las que yo no puedo estar más de acuerdo), de la
Pedagogía (con tratados que son un auténtico manual para profesores), de la
Psicología, de la Diplomacia y del Derecho, cuestión a la que me quiero referir
específicamente.
Luis Vives, como exponente del humanismo, fue un
claro defensor de los principios esenciales que caracterizan a una aplicación
justa del Derecho. Es decir: tras las normas jurídicas que emanan del poder,
los valores primigenios del hombre, enmarcados en su dignidad, deben siempre
brillar y prevalecer, so pena de, en caso contrario, hacer de aquel Derecho una
mera cobertura formal de la arbitrariedad del dirigente de turno.
El humanista valenciano, dentro de esta línea
intelectual, y tal vez como consecuencia de su bondad personal, se volcó, sobre
todo, con los sectores más desfavorecidos de la sociedad, con los pobres. Una
de sus principales obras es, precisamente, el Tratado del socorro de los pobres (De
subventione pauperum. Sive de humanis necessitatibus libri II) publicado en
Brujas en 1526. Si la humanidad ostenta, como un derecho natural inamovible, la dignidad, concepto
éste que engloba, a su vez, otros derechos esenciales ubicados más allá de
cualquier ley escrita, existen ciertos ámbitos sociales que necesitan, no solo
ya de una producción normativa que, como mínimo, respete esta dignidad, o al
menos no la perturbe (lo que, de llegar a ocurrir, necesariamente determina el
cuestionamiento de la legitimidad de esas normas positivas) sino que,
proactivamente, vele por la efectividad de estos derechos de los más
desfavorecidos, de modo que no solo sean respetados, sino que sean llevados a
una plasmación práctica, que sean reales, tangibles. Vives, por lo tanto,
conduce al Derecho Natural, desde su ámbito ontológico, no solo hasta el plano
de la ley positiva, sino también a sus últimas consecuencias prácticas: al mismo
proceder material del poder ejecutivo, disponiendo el deber ético de los gobiernos
de emprender actuaciones, y de estructurar a la propia Administración, teniendo
siempre en cuenta las necesidades de aquellos sectores más desvalidos. En
definitiva: puede afirmarse con orgullo que Luis Vives fue el impulsor de los
servicios sociales, de una Administración que, a través de sus áreas y
organismos, cuida a los menores desamparados, a los mayores necesitados, y
protege, por lo tanto, con medidas jurídicas y económicas, a todos aquellos
ciudadanos que lo necesitan, en lo que no es sino una obligación de Derecho
Natural del poder que tiene que materializar tanto por escrito como, en
especial, ejecutivamente. De este modo, la deslegitimación ética de los
gobiernos vendrá dada no solo por la promulgación de leyes que no velen por la
dignidad de toda la sociedad, incluyendo a sus sectores más desfavorecidos,
sino también por la pasividad, la dejadez o la negativa a la puesta en
funcionamiento de servicios administrativos que presten atención de toda índole
(jurídica, económica, habitacional, socio-sanitaria) a los ámbitos empobrecidos
de la sociedad.
En unos tiempos tan contradictorios como son los actuales, en los que se habla de la salvaguarda del indefenso, y a la vez la aporofobia no deja de estar presente; tiempos en los que se legisla grandilocuentemente atendiendo a la nominativa protección de ciertos derechos y sectores, pero dejando orillados los bienes jurídicos, por ejemplo, de las víctimas de delitos, por tanto, despreciando a la parte débil y al derecho natural al respeto de su elemental dignidad, es necesario alzarse sobre la hipocresía y el cinismo imperantes en el poder y recordar el pensamiento de un buen y sabio hombre.
“Desterrada la justicia
que es vínculo de las sociedades humanas, muere también la libertad que está
unida a ella y vive por ella.”
“No hay ley alguna tan recta, que no
trate el hombre de torcerla para satisfacer sus apetitos.”
“Deben ser
las leyes benignas para el débil, enérgicas para el fuerte, implacables
para el contumaz, según exigen las dotes de un eximio gobernante.”
“Aunque la virtud no
se saque a la luz, no deja en la oscuridad de ser luminosa.”