martes, 9 de agosto de 2022

Marilyn Monroe: los ojos vendados de la Justicia

 

Marilyn Monroe, nombre artístico de Norma Jeane Mortenson (1926-1962) fue una actriz estadounidense que ha pasado a la posteridad como un icono de la cultura cinematográfica, trascendiendo incluso este concreto ámbito para llegar a personificar, con su imagen, una estética al margen de cualquier tiempo. Tuvo una vida, tras las bambalinas de aquella idílica apariencia de lujo y esplendor social, muy complicada: desde su infancia en un orfanato, hasta sus múltiples y fallidos matrimonios, pasando por relaciones que, sin duda, le conllevaron un muy alto coste personal.

En el cine, y de cara a la galería, no se podía vislumbrar la realidad de su trágica existencia, que poco tenía que ver con el éxito de las películas en las que intervino, las cuales lograban ingentes sumas en concepto de recaudación.

Me resulta de especial interés reflexionar sobre el episodio de su fallecimiento y como se ha querido presentar a la opinión pública, porque la historia elaborada sobre este extremo es un probable ejemplo de ocultación urdido desde el poder de entonces y en definitiva una manipulación de la realidad, desvirtuando así la realización de la Justicia, en el sentido de llegar a conocer lo que realmente ocurrió, y una nueva demostración de que cuando la ética es despreciada y colocada en un lugar secundario respecto de los intereses políticos, cualquier uso que se pretenda dar del Derecho aplicado a un caso concreto nunca producirá su fin, que no es otro que llegar a la verdad material y aplicar la norma a esa realidad.

No es infrecuente que los móviles espurios actúen en diferentes planos; se pueden observar en aquellas normas que resultan incomprensibles porque suponen una afrenta directa al sentido común, y en no pocas ocasiones incluso colisionan con los derechos subjetivos; e incluso pueden apreciarse a través de la infiltración, en el ámbito de la moral, de auténticos dogmas, asentados por el transitorio poder, como si estos fueran inmutables y eternos, cuando no lo son en absoluto y responden únicamente al objetivo de colmar las aspiraciones de quienes así los presentan; de modo que no solo puede ser injusta la ley, sino incluso aquello que va más allá de la norma escrita y la fundamenta, al quedar en manos de quienes se postulan como ejemplos de ética sin serlo.

Pero existe otra vía para producir la injusticia, y que no opera ni desde el ámbito de la consecuencia jurídica dispuesta en la ley positiva, ni desde el plano del Derecho Natural; consiste en alterar el hecho al que ha de aplicarse la norma, esto es, viciar sustancialmente el factum al que aplicar los efectos de la norma. En definitiva, presentar la realidad de una manera diferente, bajo la cobertura de una supuesta presunción de veracidad atendiendo a la fehaciencia de la fuente que ofrece los hechos. Es decir: mentir, de una forma no velada o indirecta, sino de manera evidente para quien tenga un mínimo sentido crítico.

Toda norma jurídica consta de dos elementos: supuesto de hecho y consecuencia jurídica. La manipulación del hecho al que aplicar la consecuencia es un método factible y efectivo para que la consecuencia que se derive no sea justa, pues ni siquiera daría lugar a la aplicación de la norma al caso, generando auténticas islas de impunidad; y con el ingrediente añadido de operar desde fuentes que se encargan de presentar los hechos a los que aplicar la norma de una forma incuestionable y oficial, reduciendo prácticamente a la nada la posibilidad de cuestionar la versión ofrecida y contando, además, con la falta de sentido crítico de una sociedad a la que previamente se le habría despojado de los medios para llegar a ese cuestionamiento, a través de un sistema educativo muy deficiente.

La versión oficial del hecho de la muerte de Marilyn Monroe fue la de un suicidio por medio de la ingesta masiva de barbitúricos. Sin embargo, a día de hoy, esta forma de presentar el supuesto de hecho al que habría de aplicársele la ley no deja de ser muy cuestionado y genera todo tipo de suspicacias.

Si la investigación de su fallecimiento se hubiera realizado con todas las garantías de objetividad y sin presiones de ningún tipo, es muy posible que la calificación del hecho como suicidio se habría modificado. Con la referida versión del suicidio, cualquier consecuencia jurídica queda cortada, por la sencilla razón de que las normas que serían aplicables al caso, de tratarse de un acto criminal, como un homicidio, no lo pueden ser para un hecho que oficialmente se presenta como un suicidio, que no cuenta con la autoría o la participación de nadie. Muy posteriormente al fallecimiento de Marilyn Monroe, el médico forense llegó a significar haber recibido presiones de su jefe, que el cadáver tenía pinchazos detrás de las rodillas, así como la sucesión de circunstancias extrañas, entre ellas la desaparición de un diario de la actriz en el que habría escrito ciertos secretos de Estado, como un hipotético intento de asesinato a Fidel Castro que entonces se estaría planificando por parte de Estados Unidos. También se ha sabido que la actriz mantuvo vínculos muy fuertes con la familia Kennedy.

Por lo tanto, la ceguera a la que, desde el poder, se le puede someter de un forma artificial a la Justicia no solo tiene su origen en leyes positivas o en principios metajurídicos completamente condicionados, sino también, y de manera no infrecuente, en la tergiversación de la realidad, para evitar que el Derecho aplicable a ese caso pueda producir sus efectos sobre el mismo. Considero que, no obstante, sea cual sea la procedencia del vendaje forzado al que se someta la acción de la Justicia, impidiéndole ver la verdad material, para luego aplicar con objetividad la norma que le corresponde, ya sea desde la ley, la moral o los hechos, en todos estos mecanismos lo que se evidencia es una completa y manifiesta falta de ética que ha de ser la única luz de guía que debe de orientar al poder.

“En Hollywood te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma.”

“Los perros nunca me muerden, sólo los seres humanos.”

 “Hay una delgada línea entre perder el orgullo y perder la dignidad. El orgullo lo pierdes cuando no quieres perder a alguien que quieres. La dignidad la pierdes cuando decides dejar de quererte tú misma por querer a quien no te quiere.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




No hay comentarios:

Publicar un comentario