martes, 1 de abril de 2025

Nefertiti: la bella ha llegado

 

Nefertiti, gran reina de Egipto, también llamada Neferneferuatón Nefertiti (1370 a.C.-1331 a.C.) es una de las personalidades más fascinantes de la antigüedad, adentrándose en la leyenda desde la historia, de modo que su existencia terrenal -un hecho acreditado- ha servido de base para erigir a una figura icónica, cuyo rostro esculpido se adentra en la eternidad, entre un halo de misterio.

 

Fue la esposa del no menos sorprendente faraón Amenofis IV, para la historia Akenatón. Ambos formaron una pareja de reyes que rompieron los dogmas establecidos poniendo un pie en el futuro, pero esa fractura con la tradición también soliviantó a quienes hasta entonces ostentaban el poder fáctico, por lo que la vida de ambos no fue ni duradera ni fácil.

 

Formaron un matrimonio que supuso la igualdad de los dos de cara al pueblo egipcio, de tal modo que Nefertiti y Akenatón se presentaban como cuasi-dioses en la tierra, y el único y verdadero enlace con el dios Atón, que se impuso sobre la gran cantidad de deidades hasta entonces existentes. Así, el primer signo de modernidad, que ya partía de un derecho muy avanzado, fue el que Nefertiti no era simplemente una reina consorte ocupando un plano secundario tras Akenatón, sino la gran reina del Egipto, como su esposo también lo era, y ambos se postulaban como uno, aportando la faceta femenina y masculina en calidad de complementos configuradores de algo mayor. Frente a nominales y erróneos conceptos posteriores del feminismo, el ejemplo de Nefertiti pone de manifiesto que es la complementariedad y no la separación radical o la diferencia aquello que lleva al progreso; y, entonces como ahora, pese a ser ésta la verdadera faz del avance social, muchos no soportaban que los débiles cimientos de sus tesis no menos erróneas por ser más repetidas fueran puestos en evidencia, lo que llevó a maniobras en contra suya, con acusaciones de herejía.

 

No es muy diferente a lo que milenios después ocurre en la vida pública: quienes se presentan como baluartes del avance, si ven que aquellos que sí dan el ejemplo con sus vidas de lo que es el verdadero progreso no se alinean con ellos ni sus hechos se corresponden con sus planes de consolidación en el poder ni con sus falacias repetidas cual salmo responsorial borrador de opiniones discrepantes, rápido volcarán todos sus esfuerzos y maquinaria mediática para calumniar, injuriar y presentar la realidad a su medida, en una genuina campaña de destrucción personal y pública, evidenciando que los que se presentan como adalides de la modernidad y del progreso son en verdad buscadores del retroceso, en tanto les beneficie a título personal, configurando conceptos jurídicos y filosóficos a la carta, sin importarles un ápice su desnaturalización y adentrando sus manos en ámbitos de mayor alcance, como es el de la ética, creando morales ad hoc según convenga, no titubeando en faltar a la verdad cuando se hace referencia a conceptos de primer nivel, en tanto que más filosóficos que jurídicos, como son el de la igualdad y el del feminismo; y todo ello acompañado, por supuesto, de la revelación de comportamientos por su parte que, por más que se silencien o disimulen, más pronto que tarde revelan la auténtica intención, calidad y cara de quien se proclama moralista.

 

Nefertiti fue madre de seis hijas al menos, y todos ellos formaban una familia unida, haciendo valer este concepto, el de familia, como un elemento prácticamente sagrado, un atributo y signo de la divinidad y de conexión con lo trascendente. De hecho, en los relieves que representan a los reyes suelen aparecer en escenas con sus hijos, con ellos alrededor y en sus brazos. Qué se puede decir en unos tiempos en los que el concepto de familia, que en efecto es la base de la cohesión social y del nacimiento de los primeros valores, de la educación, se encuentra intencionadamente debilitado, pues toda división genera debilidad, y esta debilidad es el caldo de cultivo para el surgimiento de seres que se presenten como salvadores imprescindibles de una situación por ellos mismos generada. La familia es unión y la unión es la forja de la sociedad, sin ella no cabe progreso alguno porque, sencillamente, la sociedad no existe como tal, como civilización que implica; algo muy diferente de la masa amorfa y brutalizada, que jamás puede llamarse sociedad.

 

Se dice que Nefertiti desapareció tras el fallecimiento de su marido, que tuvo lugar en un contexto de grandes intrigas en su contra por parte de los sectores que veían como el poder que antes detentaban se diluía para siempre; algunas fuentes afirman que, como consecuencia de la muerte de una de sus hijas, la gran reina entró en una depresión que nunca superó, y otros historiadores apuntan a la posibilidad de que Nefertiti hubiera intentado continuar con el legado de su esposo, bajo el nombre de un misterioso y transitorio faraón llamado Semenejkara, tras el que se encontraría realmente ella, si bien Tutankamón tomó el relevo definitivo cerrando una era muy especial en la historia de Egipto, aunque no del agrado de todos, que, aliviados, contaron después con alguien al que poder controlar y continuar como siempre había sido; y si los disconformes estaban bien y conservando el poder, el pueblo egipcio también lo estaría o habría de asumirlo sin más, restando únicamente el tratar de enterrar en el olvido a Nefertiti y Akenatón.

 

Sin embargo, los restos conservados de la gran reina, cuyo nombre significa “la bella ha llegado”, muestran a quien, en vida, fue una mujer de rasgos delicados, muy finos, elegantes, y su efigie labrada en piedra desprende singular belleza, sí, pero también la serenidad y la confianza de quien, sin duda, sabía que su aportación para la historia sería eterna.

 

“Me pregunto si nuestros nombres determinan nuestro destino, o si el destino nos lleva a elegir ciertos nombres.”

 

“Pronunciar el nombre de los muertos es hacerlos vivir de nuevo.”





Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


sábado, 1 de marzo de 2025

Francis Drake: la antileyenda corsaria

 

Francis Drake (1540-1596) fue un pirata inglés que, gracias a una campaña propagandística enorme del Imperio Británico de entonces, consiguió pasar a la historia como un vicealmirante de prestigio, con hazañas en su haber, rivalizando con los grandes (y genuinos) conquistadores españoles. Desde sus inicios, Drake adquirió práctica como corsario, empezando a trabajar en su adolescencia en un barco negrero y ocupando zonas portuarias a cambio de rescates. Llegó a tener una cierta fama, y como quiera que era inglés, la estrategia sibilina de la política de su tierra comenzó a fabricarle una imagen positiva, haciendo de la piratería que llevaba a cabo una especie de marca, una señal emblemática de la fuerza británica, recibiendo nada menos que la patente de corso (nunca mejor dicho) para campar por sus respetos para mayor gloria del imperio y siendo nombrado sir. Se le legitimó en sus formas sobre todo y fundamentalmente para enfrentarse al verdadero imperio, en el que no se ponía el sol: España, siendo su rey Felipe II. Drake realizó una vuelta al mundo, tras la anterior gesta en el mismo sentido de Magallanes y Elcano, pero la suya tuvo una finalidad muy concreta: el botín, la obtención de riquezas por la fuerza y arrasando para Inglaterra. Fue azuzado para tratar de causar el mayor daño posible a España, imperio que era muy envidiado, y así asoló Baiona y Vigo, si bien su suerte cambió más tarde y finalmente en su encuentro con la Armada Invencible salió derrotado.

 

Drake fue, literalmente, una creación del poder para aprovechar su fuerza en favor propio. Una mala imitación, una especie de plagio retorcido, un reflejo oscuro de los grandes marinos de España. Desde la perspectiva española, Drake era asimilado con el mal, con un “dragón” que pretendía destruirlo todo, siendo así que, literariamente, su propio nombre motivó uno de los poemas épicos más conocidos de Lope de Vega, “La dragontea”, en el que se narran los hechos de la batalla de España contra una Inglaterra representada por el corsario, su derrota y muerte, entretejiendo la puesta en valor de la nación española frente al enemigo con cuestiones de índole incluso religiosa, en términos de lucha entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo.

 

Más allá de la consideración de las andanzas del pirata inglés desde un prisma jurídico, en un mundo el suyo en el que el Derecho Internacional Público nada tenía que ver con lo que en la actualidad se entiende por tal, siquiera sea formal o nominativamente, pues en la guerra, en cualquiera de sus manifestaciones, poco respeto existe en la práctica a esos valores de Derecho Natural que dieron origen a la relación entre estados y gobiernos con la finalidad de establecer teóricos límites de respeto tanto a la población como a la configuración institucional de los implicados, ya que en el conflicto armado, como expresión de derrota del avance de la humanidad, no hay tratado, acuerdo o convenio que asegure la salvaguarda de bienes jurídicos esenciales, al margen de fórmulas de teórica protección que no son eficaces, manteniéndose siempre el parámetro de la fuerza (coloreada de otra manera) como criterio decantador, la historia de Francis Drake ofrece una moraleja sobre un aspecto de la imbricación de la ética con el Derecho, desde la perspectiva de la dignidad o moralidad de la persona designada para un concreto cargo público que ha de acometer una finalidad o gestión que se pretende redunde en el interés general.

 

Drake, un pirata con sombras acreditadas históricamente, fue presentado por el Imperio Británico como un auténtico paladín de lo público, una suerte de digno prohombre inglés equiparable a las grandes figuras de su imperio rival. Se le hizo noble y vicealmirante. No cabe duda de que su condición de corsario no era compatible, desde la perspectiva de la ética, con la dignidad de un cargo público que ha de ser ejemplo a todos los niveles; lo que lleva a concluir que, con tal de que el designado para un fin se preste a realizar lo que al poder le interesa, resulta irrelevante cualquier reparo de moralidad, y no habrá consideración, respeto ni limitación alguna para ejecutar los fines encomendados; será decisión del interesado aceptar o no el cargo, bajo su propia conciencia y ética, o dejar el mismo, si lo que se pretende supera los límites que, personalmente, tenga como ser íntegro y de honor.

 

No siempre el cargo público lo ostentará el candidato mejor, en lo intelectual y en lo moral, sino el más leal hasta en lo indigno o lo ilegal, y en tanto al poder que lo designa le sea útil y pueda aprovecharse de él, encargándose el mismo poder de blanquear su imagen para llegar a santificar sus hechos en tanto le interesen y pueda beneficiarse de ellos. Quizá por esta razón los códigos éticos en el ejercicio del cargo público revisten importancia: pues más allá de la ley, o de la apariencia de legalidad, están la ética y la categoría personales; triste es, no obstante, que hayan de existir tales códigos, pues lo que hubiera de surgir de una manera innata y automática en los designados ha de ser impuesto en normas positivas, extremo que revela como la condición humana, con el paso de los siglos, sigue persistiendo en las mismas oscuridades que les son propias.

 

Francis Drake tenía un lema, en su escudo de armas, del siguiente tenor: “sic parvis magna”, esto es: “todo lo grande tiene pequeños comienzos”, o “desde lo más pequeño a la grandeza”, en alusión a lo que fueron sus orígenes y su vida. Una máxima ciertamente motivacional, pero… ¿a qué precio?

 

 

Tiempo vendrá que cante en otra lira

con otro plectro si lo quiere cielo,

el valor español que al mundo admira,

con fuerza del amor del patrio suelo:

que puesto que la envidia me retira,

no me conocerá trocado el pelo,

y entonces cantaré sus alabanzas,

si llegan hasta allí mis esperanzas.




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




 

sábado, 1 de febrero de 2025

Juan Ramón Jiménez: Distinto

 

Lo querían matar

los iguales

porque era distinto.

 

Si veis un pájaro distinto,

tiradlo;

si veis un monte distinto,

caedlo;

si veis un camino distinto,

cortadlo;

si veis una rosa distinta,

deshojadla;

si veis un río distinto,

cegadlo…;

si veis un hombre distinto,

matadlo.

 

¿Y el sol y la luna

dando en lo distinto?,

altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir

distinto

de lo distinto;

lo que seas, que eres

distinto

(monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre…):

si te descubren los iguales

huye a mí,

ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.

 

 

Juan Ramón Jiménez (1881-1958), gran escritor español, Premio Nobel de Literatura, es autor, entre otras muy reconocidas obras, del anterior poema, titulado, sencillamente, Distinto.

 

El poeta de Moguer atravesó diferentes etapas estilísticas, que se sucedieron en el tiempo al compás de sus vivencias personales, su exilio al continente americano, sus amores, la pérdida de su mujer Zenobia Camprubí. Múltiples avatares que marcaron el sentir del poeta. Era un hombre de gran y delicada sensibilidad; sublime belleza tras el velo de un gesto serio, como suele ocurrir: una puerta de hierro que guarda, tras ella, un sol cálido y radiante.


Como cualquier obra de arte, el contexto histórico y social del mensaje de este poema sirve únicamente de marco o de ubicación material, porque su sentido trasciende cualquier época y es de plena actualidad. El poeta se encontraba en un mundo en el que la represión, la imposición de una ideología, la discriminación (e incluso eliminación, erradicación) de quien pensaba diferente era un hecho.

 

En lugar de un sistema filosófico y jurídico fundamentado en el razonamiento, en la Ilustración y, en definitiva, en el sumo respeto a los derechos humanos, por lo tanto, en la consagración a través del pensamiento y de la ley del Derecho Natural más perfeccionado, fruto del consenso intelectual en aquellos principios esenciales sobre los cuales resulta ilógica toda discusión, como son la dignidad, la libertad (en todas sus manifestaciones: religiosa, de pensamiento, de expresión) o la vida, el poder crea un sistema normativo que emplea como vehículo para fijar su criterio e imponerse sobre los demás, rechazando, bajo el uso de una fuerza disfrazada de legalidad, cualquier opinión discrepante con la suya. A tal fin, la eliminación del distinto, en la actualidad, se traduce en la neutralización de cualquier vía de libre expresión, en definitiva, en el establecimiento de la censura. No interesa lo distinto, pese a encontrarnos en un mundo de teóricas libertades, si tal diferenciación, o el respeto de la misma, no se traduce en afianzar en su cargo a quienes ostentan el poder o en avalar sin crítica su posición, momento en el que lo distinto, atendiendo a las proclamas de un poder que incluso dice de mismo que es garantista, se convierte mágicamente en una mentira, en un bulo, por no ser coincidente con sus consignas y metas ocultas. Lo distinto transmuta en falso, merced a las artes de alquimistas de infame y nuevo cuño.

 

Matar lo diferente, a lo largo de la historia, no ha sido en absoluto una excepción, sino el camino por el que se ha transitado durante siglos, incluso con normas que lo han cubierto y amparado, llevando al plano positivo una moralidad del poder que no busca el bien de todos, sino el suyo propio; en ocasiones de forma velada, aparentando lo contrario, y otras veces sin ningún tipo de cortapisa, haciendo de su peculiar “ética” la justificación de una ley radicalmente contraria a la justicia en su efectos. 

 

Es el movimiento intelectual de reacción frente al poder que se impone (al margen de su ideología, pues la misma crueldad ha procedido y procede de ambos lados) aquello que ha permitido siempre el avance: el revulsivo frente al acto de fuerza y la injusticia, la revolución como elemento que ha supuesto el cambio hacia un mejor porvenir. Y esta reacción nace, en efecto, en aquellos que son distintos, en quienes no se integran en la mentalidad de rebaño, en quienes no son la masa creada y alimentada por el poder. Es así que el poeta llama a quienes, como él, son distintos, porque, antes de ser aniquilados, en ellos, juntos, está la salvación ética, intelectual y el verdadero progreso, que nada tiene que ver con el pensamiento único y la envidia que lo crea, con la mediocridad de los iguales y su afán de vivir no sirviendo al interés general, sino a costa de él. Por ello al distinto se le mata, de muchas maneras, ayer, hoy y siempre, porque no interesa oírle, porque en el distinto está la verdad.

 

“Si te dan papel pautado, escribe por detrás.”

 

“Lo que más indigna al charlatán es alguien silencioso y digno.”

 

“Te quité pétalo tras pétalo, como si fueras una rosa, para ver tu alma, y no la vi.”

 

“Desde mi punto de vista, después de una catástrofe que sentimos y pensamos que es universal, una catástrofe resultante de un exceso de inútil dinamismo de progreso inútil, de realismo inútil, de tecnología inútil…, después de esto, se debe alcanzar una democracia inalcanzable a través de la concepción y la realización de un nuevo romanticismo.”

 

“Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido… Y se quedarán los pájaros cantando.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




miércoles, 1 de enero de 2025

El Cardenal Mazarino: simula, disimula y danos lecciones de moral

 

Jules Mazarin (1602-1661), político y diplomático italiano, conocido como cardenal Mazarino, es famoso por haber sucedido a Richelieu como primer ministro de Francia (entonces denominado ministro principal) al servicio de los reyes Luis XIII y Luis XIV. Su vida en el ámbito de la cosa pública fue una intriga de principio a fin, con implicaciones papales y de la realeza, logrando finalmente los más relevantes puestos en los ámbitos canónico y civil. Precisamente en el marco de su condición política hubo de adquirir los modos y formas de proceder dentro de ese mundo no precisamente caracterizado por su transparencia y virtud. Siendo la experiencia un grado y fruto de sus vivencias personales, con la finalidad primera de tratar de enseñar al futuro rey Luis XIV a comportarse y moverse en un contexto entretejido de amigos ocasionales y enemigos velados, Mazarino recopiló una serie de enseñanzas para la vida (en verdad, para saber sobrevivir e incluso crecer en medio de la adversidad) en el que se ha denominado Breviario de los políticos.

Este libro, como un auténtico manual de comportamiento, guarda un singular paralelismo con El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, pues la premisa mayor de la conducta es el dejar a un lado la cuestión ética y priorizar otros intereses, aunque aparentando siempre rectitud y abnegación por lo colectivo. No en vano, los principios esenciales que Mazarino quiso dejar muy claros al futuro rey, atendiendo al lugar y con las personas con las que estuviera, eran estos:

1.- Simula.

2.- Disimula.

3.- No confíes en nadie.

4.- Habla bien de todo el mundo.

5.- Prevé antes de obrar.

El legado de estos principios (que, no cabe duda, no se limitó a los quehaceres públicos de Luis XIV sino que su plasmación real tiene una dimensión marginada del tiempo y reconocible entonces y ahora) es que permite, no tanto aplicarlos - al estar francamente muy interiorizados por quienes ya lo hacen, sobre todo los tres primeros - sino emplearlos como una herramienta de identificación incuestionable de estar en presencia de quien se erige en un adalid del interés general o en paladín de la moralidad siendo todo lo contrario, al punto de comprobar una relación inversamente proporcional entre la falta de respeto al interés general y la carencia de principios éticos elementales con la magnitud y cantidad de proclamas sobre el bien social y recomendaciones morales que se realizan de palabra y por escrito. Pues, simulando y disimulando, las lecciones de moral que se predican no se llevan a su efecto, ni mucho menos, en el proceder real de quien se erige en un baluarte de la ética. Basta con la lectura, curiosa, de ciertos escritos periódicos que se pretenden moralizantes y la escucha, siempre atenta y educada, de determinadas conferencias para, con un siquiera mínimo conocimiento de la verdadera actuación profesional y vital de sus autores, advertir en sus ínclitas palabras algo mucho más rotundo y grave que meras contradicciones.

Mazarino, como conocedor de primera mano de lo intrigante de ciertos sujetos, y también de la condición humana en general, dejó el siguiente consejo en el Breviario: “He aquí como enterarse de los vicios de alguien: orienta la conversación sobre los vicios más corrientes, y en particular sobre aquellos de que pudiera muy bien adolecer tu amigo. No tendrá palabras lo bastante duras para denunciar y reprobar un vicio si él mismo lo padece. Así es como los predicadores suelen denunciar con la mayor violencia los vicios que los afligen personalmente.”

A ello añadió lo siguiente: “Los hipócritas están siempre dispuestos a propagar las noticias y aprueban sistemáticamente lo que tú hagas. Te representan la comedia de la amistad, pero si delante de ti desuellan a los demás, ten cuidado, que no tardaran en hacer otro tanto contigo.”

La cuestión de cómo ganarse el favor del pueblo, lógicamente actuando de forma sibilina y en absoluto sincera, la dejó apuntada en los siguientes términos: “Evita un ascenso demasiado rápido y demasiado brillante; las miradas deben habituarse a una luz más viva, de lo contrario, deslumbradas, se cierran. No te opongas a lo que gusta al pueblo, ya sean vicios o simplemente tradiciones. Si tienes que reconocerte como autor de algún hecho odioso, no te expongas en el momento a la animadversión que suscite ni dejes creer por tu conducta que no lo sientes en absoluto o incluso que estas orgulloso de lo que has hecho, burlándote de tus víctimas. No harías más que aumentar el odio. Lo mejor es ausentarte dejando pasar el tiempo sin dejarse ver.”

Es decir: dando lo que al pueblo le gusta y entretiene, aunque no se comparta, se gana su favor, al tiempo que se genera una cortina de humo que favorece el que, ante un hecho ilícito y/o vergonzoso, este pase más desapercibido y hace ganar tiempo para no dar la cara en el momento, recurriendo a atribuir las responsabilidades propias a otros o sencillamente desapareciendo hasta que los ánimos se calmen, enterrados éstos en un bombardeo de cuestiones triviales que se presentan como fenomenales.

Si estos ejemplos de conducta se llevan al ámbito legal, los efectos son devastadores. Mazarino ya anticipó en el Breviario que el instrumento legal solo debe obedecer al interés general, de modo que, a sensu contrario, su perversión (esto es, usar la ley para el beneficio propio) generará muchos problemas, aunque traten de opacarse actuando conforme a las recomendaciones anteriores: “Si dictas leyes, que sean las mismas para todos, haz confianza en la virtud. Da cuenta de tus actos para agradar al pueblo, pero solo después de haber obrado, para evitar que encuentres objeciones.” Del mismo modo, Mazarino ya apuntó también a la utilización espuria de los poderes públicos: “No utilices tus prerrogativas de juez para dar órdenes a personas que son gente libre y no tus vasallos.”

Lo importante del Breviario de Mazarino es que parte de un hecho consumado, no nos presenta una situación de ideales o un mundo naíf o inocente de prohombres, sino la inclinación natural hacia lo malo, como lo es el desvío del interés general al particular. Y sobre esa premisa, el cardenal hace una recomendación, dado que va a ser así y la experiencia habla por su boca, para que, simulando y disimulando, no le pase demasiada factura a quien así obra: “Si tienes la intención de promover leyes nuevas, muéstrales su imperiosa necesidad a unos hombres de saber y buen juicio y prepara con ellos el proyecto. O haz simplemente correr el rumor de que los has consultado y escuchado. Después, sin tener en cuenta sus consejos, toma las decisiones que te convengan.”

En fin, muchas son las recomendaciones de Mazarino que, como es de ver, no nos resultan remotas, haciendo de su obra un compendio ajeno a los factores tiempo y espacio, sirviendo como un efectivo mapa, incluso con vivas descripciones, de parajes abruptos y peligrosos, aparte de un manual a contrario, pues, en definitiva, si sobre las leyes y procederes personalistas brillase la ética y el interés de todos, el Breviario se quedaría en literatura de un tiempo pasado, y no en una obra de una finura e ironía atemporal que es de agradecer, pues como también concluyó implícitamente el cardenal, hay que conocer el mal para poder impedirlo.

“Existen dos formas de prudencia, la primera consiste en saber calcular nuestra confianza; incluso cuando te encuentres con unos amigos en un lugar protegido, mantente circunspecto en tus confidencias, porque hay pocas amistades que no nos decepcionen un día.”

“No cuentes con tu valor y tus talentos para obtener un cargo y no vayas a imaginarte que éste debe recaer en ti automáticamente con el pretexto de que eres el más competente para desempeñarlo. Porque se prefiere conferir un cargo a un incapaz más que a aquel que lo merece. Obra, pues, como si no quisieras deber tus funciones más que al favor de tu patrón.”

“Enmascara tu corazón tanto como tu rostro, los acentos de tu voz tanto como tus palabras. La mayoría de los sentimientos se leen en el rostro.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación