domingo, 24 de agosto de 2025

Gaudí: arquitectura del infinito, Justicia universal

 

Antonio Gaudí (1852-1926) fue uno de los arquitectos más relevantes de España, innovador y revolucionario, exponente del modernismo. Sus obras, muy conocidas, como la Sagrada Familia, el Parque Güell o los edificios del Palacio Episcopal de Astorga o la Casa Botines de León reflejan una forma de entender el arte que, sin duda, es la consecuencia de una gran profundidad intelectual y filosófica, canalizada a través de la arquitectura, que actúa como la plasmación de mensajes quizá no tan ocultos como pudiera llegar a pensarse.

Fue un hombre extremadamente trabajador, de una arraigada religiosidad, siempre se mantuvo soltero y en sus últimos años vivió de una forma muy austera, pendiente siempre de las obras. Tal fue su forma de pensar y de existir que incluso la Iglesia Católica le ha declarado venerable, paso previo a ser proclamado beato. Una persona muy especial, que empleó el cauce de su arte para dejar plasmados pensamientos filosóficos y teológicos de primer orden.

No quiero entrar en los detalles de naturaleza arquitectónica; sólo he de afirmar -por tratarse de un extremo relevante- que Gaudí recogió las influencias de múltiples estilos: gótico, neogótico, mudéjar, nazarí. Pero el suyo propio es sui géneris, diferenciado de todos los demás, que creo que él consideró insuficientes para plasmar lo que pretendía. Para mí se trata de un arte arquitectónico filosófico. El simbolismo es muy propio en la arquitectura, pero no con el trasfondo que tiene en su obra. Sus pensamientos los plasmó en sus construcciones, del mismo modo que un pintor lo hace en sus lienzos y un filósofo en sus escritos. No es necesario que existan libros de su puño y letra: nos habla a través de la armonía, de las formas, de las estructuras, de la belleza que desprenden sus edificios. Están dotados de un componente de trascendencia.

Desde mi punto de vista, la obra de Gaudí tiene una clara impresión de la filosofía platónica, por una parte, y del arte gótico en cuanto que medio para llegar a través de la materia al mundo de la Verdad, respecto del cual éste en el que nos encontramos es una mera sombra proyectada. Trató de dejar en la materia una representación fehaciente de las ideas, una cristalización de la auténtica realidad, de lo superior, y para ello algo existía en su mente y en su corazón que precedía a la obra y la fundamentaba. Se podría llamar inspiración, o incluso, desde un punto de vista teológico, algo más, quizá revelación; pero, si nos enfocamos en la filosofía, considero que Gaudí reflexionó sobre, efectivamente, el modo de llevar a la realidad sensible una chispa de divinidad, siendo él mismo un instrumento, un catalizador de lo superior. De hecho, consta que el artista tenía un concepto de belleza en los siguientes términos: la transparencia de lo infinito en las cosas naturales. Y actuó en consecuencia con ello.

No resulta entendible la obra de Gaudí si no se une lo material con los aspectos de moralidad, éticos o incluso religiosos. La unidad de todas las ciencias y conocimientos para conformar una obra de arte arquitectónica. No son las suyas construcciones frías ni silentes. Transmiten un mensaje de luz, de un curioso orden, como una especie de sinfonía que traslada a un mejor y más elevado mundo. Precisamente, esta visión filosófica de la obra de Antonio Gaudí, que permite comprender la sensación que transmite toda su producción, es también correspondiente con lo jurídico.

El Derecho -siguiendo el planteamiento de Gaudí sobre la arquitectura, mutatis mutandis- no es una ciencia cerrada en sí misma. El jurista ha de ser siempre un humanista, un pensador, un filósofo. Solo desde una visión más elevada y completa de la ley se puede aplicar la misma con Justicia. Por ello quien escribe estas líneas no concibe la cerrazón en el Derecho. Hay un espíritu de las leyes, parafraseando al gran pensador. Y existe, asimismo, una manifiesta creatividad en el Derecho, que se vuelve tanto más necesaria cuanto más atroz e ininteligible se vuelve el Derecho Positivo, haciendo de los operadores jurídicos auténticos artistas en la materia de trasladar y hacer valer los principios, valores y derechos humanos en un mar de normas completamente desnortadas, que en sí mismas generan más daño que beneficio a la sociedad; la historia acredita este extremo, y el presente no deja de ser ajeno a ello, en absoluto.

La conexión de los saberes, tan importante para generar arte en la arquitectura, es una necesidad idéntica en el Derecho; y no sólo para producir textos legislativos o escritos jurídicos de calidad, sino para obtener resultados justos, pues no hemos de olvidar que la Justicia es, ante todo, un concepto filosófico y, especialmente, es una virtud: el emblema del recto proceder sustentado en una base ética innegable.

Si Gaudí, bajo estas premisas, fue un buscador de la Verdad a través de la arquitectura, el jurista es un buscador de la Justicia a través del Derecho. Y en ambos casos, hay un elemento imprescindible para conseguirlo, que está mucho más allá de la norma escrita.

“Para hacer las cosas bien, es necesario: primero el amor; segundo, la técnica.”

“La arquitectura es el primer arte plástico; la escultura y la pintura necesitan de la primera. Toda su excelencia viene de la luz. La arquitectura es la ordenación de la luz.”

“La originalidad consiste en el retorno al origen; así pues, original es aquello que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones.”

“El requisito más importante para que un objeto sea considerado bello es que cumpla con el propósito para el que fue concebido”.

“Todo lo que tiene armonía tiene vida, y cuando lo admiras parece que vuelve a nacer en ti”.

“Por muy bueno que sea un proyecto, por más que se haya logrado una mejor combinación de los materiales, (…) si la ejecución (…) se ve obligada a introducir variaciones que hagan inútil alguno o algunos miembros y perdiendo con ello la delicada unidad, primer elemento de belleza (…), queda transformado en un incoherente zurcido de distintos elementos, que por más que sean buenos en sí, les pasará lo que al monstruo de Horacio; de aquí que la parte principal de nuestro candelabro es la ejecución, que debe ser apropiada, sencilla y esmerada, es decir llevada a cabo con amor”.

“No vale la pena hacer nada que no sea eterno.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


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