Maimónides (1135-1204) fue un pensador judío sefardita
de gran relevancia. Nacido en Córdoba, sus conocimientos comprendían por
supuesto religión, medicina y especialmente filosofía, con importantes aportaciones en cuanto a la conjugación entre ética y ley, entre
vida personal o privada y convivencia política. Es uno de los más claros
exponentes de la imposibilidad de desvincular los aspectos trascendentes de la
realidad material, partiendo de la propia naturaleza del ser humano y desde ahí
justificando la existencia de la ley y de las instituciones.
Si bien, como digo, sus contribuciones son
polifacéticas, me resulta de un especial interés todo lo que Maimónides pensó
sobre el Derecho y la Justicia, partiendo de la que puede considerarse su
principal obra, la Guía de los Perplejos, aquellos que se
mueven entre la fe y la razón y buscan la forma de conciliar ambas dimensiones.
En nuestro pensador se encuentra un concepto de
ser humano que se construye o edifica a sí mismo a través de la experiencia
personal y en el marco de lo colectivo. La ética no le viene impuesta, sino que
es el fruto reflexivo de sus propias vivencias, que le lleva a articular unos
parámetros o normas personales de conducta para gobernarse a sí mismo y de ese
modo tender hacia la perfección personal. No descarta en absoluto Maimónides
que esas normas éticas tengan un sustrato divino -fruto de su tiempo y especialmente
de su condición de gran conocedor de la religión judía y de la Torá- pero lo
relevante, de cara a la justificación de un gobierno, está en el origen de las
normas de comportamiento personal, que posteriormente trascienden a la
convivencia social.
Se trata de una ética con una nota muy
relevante: su practicidad. El hombre pleno no es aquél que solo concibe,
entiende y crea unas normas para comportarse en su vida, como consecuencia de
sus vicisitudes, sino que las aplica de forma efectiva. Maimónides considera
que la ética no puede quedar en mera potencia, sino que precisa de acción, de
ejecución efectiva, para ser una auténtica ética. Esto es: no es válido pensar
de una manera y actuar de otra, articular palabras y proceder de forma
contraria a ellas. La hipocresía, el cinismo, son contrarios a toda ética
personal, y por lo tanto también pública.
El concepto de Justicia nace en primer lugar en
el ámbito personal, en cada individuo, y es una conclusión a la que se llega
por la vía de las experiencias. A partir de ahí, puede trasponerse al campo de
la cosa pública, pero sin olvidar que su origen está en la unión primordial de
pensamiento y acción, o si se quiere, desde un punto de vista jurídico, de
ética y de norma escrita que la haga efectiva. Ante las diferencias de
criterio, el legislador surge para armonizar una vida social en la que aquellas
diferencias de índole moral o ética entre los seres humanos justifiquen la
creación de leyes que extraigan unos mínimos comunes que, aplicados
correctamente, permitan la convivencia. Estas leyes, por otra parte, no vienen
a sustituir a la ética de cada individuo, sino a tratar de conciliar supuestos
de conflicto. Por ello, siguiendo a Maimónides, el legislador no tiene
capacidad de cambiar en modo alguno la moral del ciudadano, y si tal ética esta
perfeccionada desde lo personal, dará lugar a leyes que participarán de su calidad,
tanto en número (no siendo necesaria una proliferación de ellas, pues los
conflictos serán comedidos y razonables) como en efectos (equilibrados y
justos).
La justificación del gobierno de una sociedad está,
por lo tanto, en tener en cuenta que es una emanación del propio gobierno
interior de cada persona, regido por una ética forjada en la experiencia. Si,
como antes he referido, no hay una correspondencia personal entre lo que se
dice y se hace, y quien dice ser respetuoso y demócrata de cara a la galería,
en su vida personal se comporta como un tirano, no solo no gozará, a título
personal, del carácter de un individuo que se sabe gobernar a sí mismo, sino
que romperá cualquier justificación de un gobierno de la sociedad que participe
de tal naturaleza. La política no es una abstracción para Maimónides, sino una
cualidad personal de cada ciudadano. No es una imposición, sino una
consecuencia de su forma de ser y de proceder desde lo personal, que se
proyecta hacia lo social. Por ello, no sin razón, suele afirmarse que las
sociedades tienen los gobiernos que merecen, pues, ya sea por una falta de principios
éticos manifiestos en lo personal, o bien por tal falta, pero disimulada al no
corresponderse lo que se hace con lo que se piensa, el resultado es la llegada
al poder de gobiernos totalmente deslegitimados desde lo ético.
La unión de ética y ley, de Derecho Natural y
Derecho Positivo, tiene en nuestro autor una dimensión, por lo tanto, especial
y fundada: es eminentemente personal, un trabajo de crecimiento propio, que
conllevará, por el camino de la ética, a construir una política adecuada a sus
fines, y no una mera fórmula encubridora de intereses alejados del bien común. La
política es un atributo de la persona, no de entidades abstractas e ignotas, y
tanta más calidad tendrá cuanto los valores personales de cada ciudadano estén
más perfeccionados. Las consecuencias de decisiones políticas, por lo tanto, no
son atribuibles de una forma indeterminada, sino que son el efecto reflejo del
estado de la ética de una sociedad y de las personas que la integran, pues, de
otro modo, tales decisiones nocivas o inacciones perversas no tendrían lugar,
pues ni siquiera serían concebibles ni, en última instancia, se permitirían.
“La bondad hacia los demás es la verdadera prueba de la grandeza de un
hombre.”
“La perfección no consiste en lo que uno tiene,
sino en lo que uno es.”
“La Justicia es el pilar que sostiene a la
sociedad.”
“La verdadera libertad se encuentra en el
dominio de uno mismo.”