Georg Wilhelm
Friedrich Hegel (Stuttgart, 1770 – Berlín, 1831) gran filósofo alemán, autor, entre otras
obras, de la Fenomenología del Espíritu,
ha pasado a la posteridad como uno de los pensadores más influyentes y
complejos, al crear un sistema ciertamente abstracto, pero a la vez sensato y
lógico, para entender los motivos del devenir de la humanidad.
La Historia, en Hegel, definida como la sucesión
de acontecimientos sociales, resulta un extremo esencial para la conformación y
comprensión de la realidad. La Historia modifica los conceptos, y sobre una
cierta base inmutable, la realidad puede ser vista o comprendida, con el paso
de los años, de una manera muy distinta. El diálogo de la razón con la
Historia, en una dialéctica permanente entre ambos, genera la realidad y es
responsable, a su vez, del nacimiento de una razón colectiva, o razón social,
que justifica la propia existencia de los Estados.
Para Hegel, la Historia del hombre es la
conjugación de sus contradicciones, de sus imperfecciones, con la comprensión y
asimilación de estos fracasos, para llevar a una permanente progresión en aras
a conseguir la mayor perfección posible. En la naturaleza humana está la contradicción,
el conflicto entre sus propios intereses, y solo mediante una evolución de la
razón, por medio de la experiencia dolorosa de aquellos momentos, resulta
viable llegar a un pleno reconocimiento de los derechos subjetivos. Es por ello
que para Hegel el progreso social es dinamismo, movimiento, y el fin de la
humanidad vendrá dado por su parálisis, cuando llegue el tiempo en el que el
permanente ciclo de la Historia se vuelva estático.
Solo por medio de la crisis y la respuesta humana
a la misma, con constancia racional de lo erróneo o equivocado de aquel camino,
podrá llegarse a la perfección. Así tendrían una justificación filosófica la
existencia de los acontecimientos más penosos de la humanidad: serían el
vórtice necesario para el cambio, pues sin la contradicción previa no se puede
llegar a la coherencia. No es posible llegar a los derechos fundamentales y a
su reconocimiento positivo si antes la humanidad no ha vivido sin ellos y ha
sentido su ausencia, luchando para que sean plenamente reconocidos. El no
Derecho ha de llevar al Derecho, y la injusticia a la Justicia. El caos y el
orden relacionados a través de la Historia y por medio de la razón evolucionada
merced a la experiencia.
Del mismo modo, lo que en un momento histórico se
configuraba como real, tal vez en la actualidad no lo sea, debido al tamiz de
la experiencia sobre la razón. Y así es: la realidad se moldea con el devenir
del tiempo, al aplicarse sobre ella una razón en constante cambio como
consecuencia de los acontecimientos vividos.
Los eventos históricos, surgidos como reacciones,
van conformando nuestra realidad y la manera de entender tanto al mundo como a
nosotros mismos. El ser humano es uno con la Historia. A medida que el hombre
avanza, genera una serie de conceptos que se construyen a consecuencia de la
superación de los que anteriormente eran limitados o de la perfección de
aquellos extremos que en el pasado se consideraron inmejorables. Y con ello, la
percepción de esa realidad queda modificada; en definitiva, se produce un
cambio de la realidad. También fruto de este dinamismo comienzan a extraerse
una serie de principios que se depositan por la razón social en las estructuras
superiores creadas para su propia defensa y garantía: los Estados. La
justificación de éstos se encuentra, por lo tanto, en ser los garantes de los
derechos más esenciales de la sociedad, y los responsables de disponer todos
los medios para asegurar su prestación y cumplimiento, siendo un logro social, derivado
de la Historia, conseguir este tipo de estructuras dotadas de estabilidad o
permanencia, como también lo han de ser esos derechos fundamentales que deben
preservar.
El Derecho, en Hegel, es también fruto de la Historia.
Los logros más importantes en la materia jurídica han sido consecuencia de la
evolución de la razón a través de dolorosos acontecimientos históricos: el
alzamiento de las sociedades ha dado lugar a guerras, pero también a la
consolidación de importantes victorias en el reconocimiento de derechos
básicos. La combinación entre contradicción y reacción ha llevado a un
resultado de progreso humano, y a un cambio en la percepción social respecto de
aquellos que son sus derechos más elementales, de modo que, en retrospectiva,
el concepto de la realidad del pasado (y con ello la realidad misma) cambia de
forma radical.
Las normas jurídico-positivas, para ser realmente
un reflejo de la Justicia, que como parte de la Ética pública queda en manos
del Estado, creado por la sociedad tras sus múltiples avatares históricos,
habrán de ser, por una parte, dinámicas y objeto de modificación progresiva a
medida que el devenir social se produzca; y por otra parte, dentro de su
movimiento, siempre respetuosas con los principios ganados a lo largo de la Historia,
que permanecerán inmutables dentro de la razón social construida como
consecuencia de la experiencia, esto es, a posteriori (a diferencia del
apriorismo kantiano).
Cuando el sistema normativo, por lo tanto, deje
de evolucionar y de adaptarse a los acontecimientos históricos, quedando
anquilosado o petrificado, y a ello se añada el que los derechos fundamentales
reconocidos por la sociedad no cuenten con su reflejo y protección por medio de
esas normas, porque el Estado responsable de ello no actúe de forma proactiva e
incumpla, por lo tanto, el fundamento moral de su existencia, asistiremos a una
nueva contradicción humana, pero con una importante diferencia: no habrá
reacción consecuente a ella, tendrá lugar la conclusión de la Historia humana y
llegará un caos irresoluble, el fin de la misma realidad.
“La historia es el progreso de la conciencia de la libertad.”
“La duración del viaje deber ser soportada, ya que cada momento es
necesario.”
“La contradicción es la raíz de todo movimiento y de toda manifestación
vital.”
“Si no hay contradicción no hay evolución; si no hay contradicción, no
hay mañana.”