Hipócrates de Cos (460-370 a.C.) es una de las
más grandes figuras de la antigüedad griega; un intelectual que, si bien
especializado en una rama del saber tan importante como es la ciencia médica, a
la que imprimió caracteres que la han configurado desde su misma base, permaneciendo
así a lo largo de los tiempos, también fue el ejemplo de hombre culto, pues en
Hipócrates confluían Filosofía, Ética, Matemática, Medicina, es decir, todos
los saberes como una unidad, cuya visión conjunta permitía entender y
justificar cada una de las facetas del conocimiento. Nos encontramos ante un
sabio contemporáneo de Sócrates y de Platón (quién a él se refiere en alguno de
sus diálogos) así como de Pericles, esto es: Hipócrates vivió en la época
genuina y dorada de la política –que
tanto se echa de menos en el siglo XXI-; unos tiempos aquellos en los que los
dirigentes anteponían la polis, esto
es, lo que se puede entender hoy como interés general, personalizado en la
ciudad-estado, sobre sus propias apetencias y egoísmos, precisamente porque en
aquel entonces los planteamientos intelectuales caminaban por la senda de los
principios éticos, de los valores inherentes al ser humano y por extensión a la
misma sociedad.
La historia ha calificado a Hipócrates como
“padre de la Medicina”. Quiero destacar que, más allá de que la ciencia médica
de su tiempo es incomparable –afortunadamente- con los avances y
descubrimientos que para el bienestar y la salud ha realizado el ser humano
desde sus tiempos y hasta la actualidad, si algo se le debe al médico de Cos es
la consideración ética de la Medicina, pues todas sus teorías científicas, hoy
superadas en lo técnico, se asientan en valores primordiales y sobre todo en un
profundo respeto al ser humano.
Para Hipócrates, paradigma del juicio clínico
fundamentado en el cuidado, en la prevención y el pronóstico, la enfermedad
era, ante todo, el resultado de un desequilibrio. El fluido vital, desde su
perspectiva, materializaba las diferentes vertientes del orden natural, dando
lugar a los denominados “cuatro humores”: sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema.
En la persona sana, todos estos componentes están en armonía. Cuando alguno de
ellos prevalece sobre otros surge la enfermedad, que tendría por lo tanto un
origen más primario, más remoto incluso que aquello que se pudiera anudar a lo
físico. Si el orden natural de las cosas también fundamenta la vida y la salud
del ser humano, la degradación de este orden implica la enfermedad y la muerte.
Un traslado de esta teoría al mundo del Derecho
nos ha de llevar a la siguiente pregunta: ¿cuándo podemos entender que el
Derecho está enfermo? Algunos síntomas de la patología son manifiestos: leyes
que generan rechazo social, que ejemplifican la más viva injusticia, que
suponen una afrenta al sentido común y a la protección de aquello para lo que
se promulgan. La enfermedad en el Derecho se origina en la separación de los
principios de la Ética, que no son sino su mismo fluido vital, aquello que debe
recorrer todo el ordenamiento jurídico, como si del sistema vascular se
tratase; en el momento en el que el influjo de los primeros valores éticos no
llegue a alguna parte de dicho organismo, el cuerpo jurídico enfermará y la
sociedad pagará las consecuencias. La génesis de la enfermedad en las normas
jurídicas está en su separación de los principios del Derecho Natural y la
sintomatología es la injusticia.
Debe recordarse que ya en la época de Hipócrates
se empezaba a extender la idea de la configuración de las instituciones
públicas, del Estado en general, como un cuerpo dotado de cabeza y
extremidades; siendo en la parte superior del mismo donde se ubicaría el poder
político del que dimanan las instrucciones al resto del organismo. Qué duda
cabe que si el cerebro de ese gran cuerpo no está bien, si se desequilibra, al
separarse en sus órdenes del principio ético de la búsqueda del bien común por
encima del personal, todo el organismo sufre un colapso, es llevado a la
enfermedad y a su final.
Aparte de esta reflexión, es necesario poner de
manifiesto –ya desde un prisma especializado- que el valor ético en el
desempeño de la profesión médica se plasmó por Hipócrates en el que, para mí,
es el primer y más importante protocolo, que está, a todos los niveles, por
encima de los que con posterioridad se hayan podido dar. El denominado juramento hipocrático es la base de toda
la actuación clínica, y sobrepasa, por su componente moral, a cualquier otra
pauta orientativa, generándose, entre dicho juramento y los protocolos médicos posteriores, una relación muy similar a la que se da entre Derecho Natural
y Derecho Positivo: en modo alguno un protocolo médico puede contravenir al
juramento hipocrático, y en el hipotético caso de que así fuera, siempre el
juramento será prevalente. Bastará con que los protocolos que se den a lo largo
de la historia prevean que, por encima de lo que en ellos se disponga a modo de
orientación, sea siempre el médico quien decida en el caso concreto y
atendiendo a cada paciente. El juramento consiste en no hacer daño (primum non nocere) y buscar el bien del
paciente (bonum facere). Aquí reside
la obligación médica, y de ella se deriva la responsabilidad jurídica: la
puesta de todos los medios y esfuerzos posibles por el bien del enfermo y en
evitación de su dolor. Como vemos, una Ética que transita de lo clínico a lo
jurídico a través del puente del saber filosófico.
“Antes de curar a
alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo
enfermaron.”
“Si no puedes hacer
el bien, por lo menos no hagas daño.”
JURAMENTO HIPOCRÁTICO
Ὄμνυμι Ἀπόλλωνα ἰητρὸν, καὶ Ἀσκληπιὸν, καὶ Ὑγείαν, καὶ
Πανάκειαν, καὶ θεοὺς πάντας τε καὶ πάσας, ἵστορας ποιεύμενος, ἐπιτελέα ποιήσειν
κατὰ δύναμιν καὶ κρίσιν ἐμὴν ὅρκον τόνδε καὶ ξυγγραφὴν τήνδε.
Ἡγήσασθαι μὲν τὸν διδάξαντά με τὴν τέχνην ταύτην ἴσα
γενέτῃσιν ἐμοῖσι, καὶ βίου κοινώσασθαι, καὶ χρεῶν χρηίζοντι μετάδοσιν
ποιήσασθαι, καὶ γένος τὸ ἐξ ωὐτέου ἀδελφοῖς ἴσον ἐπικρινέειν ἄῤῥεσι, καὶ
διδάξειν τὴν τέχνην ταύτην, ἢν χρηίζωσι μανθάνειν, ἄνευ μισθοῦ καὶ ξυγγραφῆς,
παραγγελίης τε καὶ ἀκροήσιος καὶ τῆς λοιπῆς ἁπάσης μαθήσιος μετάδοσιν
ποιήσασθαι υἱοῖσί τε ἐμοῖσι, καὶ τοῖσι τοῦ ἐμὲ διδάξαντος, καὶ μαθηταῖσι
συγγεγραμμένοισί τε καὶ ὡρκισμένοις νόμῳ ἰητρικῷ, ἄλλῳ δὲ οὐδενί.
Διαιτήμασί τε χρήσομαι ἐπ' ὠφελείῃ καμνόντων κατὰ δύναμιν
καὶ κρίσιν ἐμὴν, ἐπὶ δηλήσει δὲ καὶ ἀδικίῃ εἴρξειν.
Οὐ δώσω δὲ οὐδὲ φάρμακον οὐδενὶ αἰτηθεὶς θανάσιμον, οὐδὲ ὑφηγήσομαι
ξυμβουλίην τοιήνδε. Ὁμοίως δὲ οὐδὲ γυναικὶ πεσσὸν φθόριον δώσω. Ἁγνῶς δὲ καὶ ὁσίως
διατηρήσω βίον τὸν ἐμὸν καὶ τέχνην τὴν ἐμήν.
Οὐ τεμέω δὲ οὐδὲ μὴν λιθιῶντας, ἐκχωρήσω δὲ ἐργάτῃσιν ἀνδράσι
πρήξιος τῆσδε.
Ἐς οἰκίας δὲ ὁκόσας ἂν ἐσίω, ἐσελεύσομαι ἐπ' ὠφελείῃ
καμνόντων, ἐκτὸς ἐὼν πάσης ἀδικίης ἑκουσίης καὶ φθορίης, τῆς τε ἄλλης καὶ ἀφροδισίων
ἔργων ἐπί τε γυναικείων σωμάτων καὶ ἀνδρῴων, ἐλευθέρων τε καὶ δούλων.
Ἃ δ' ἂν ἐν θεραπείῃ ἢ ἴδω, ἢ ἀκούσω, ἢ καὶ ἄνευ θεραπηίης
κατὰ βίον ἀνθρώπων, ἃ μὴ χρή ποτε ἐκλαλέεσθαι ἔξω, σιγήσομαι, ἄῤῥητα ἡγεύμενος
εἶναι τὰ τοιαῦτα.
Ὅρκον μὲν οὖν μοι τόνδε ἐπιτελέα ποιέοντι, καὶ μὴ
ξυγχέοντι, εἴη ἐπαύρασθαι καὶ βίου καὶ τέχνης δοξαζομένῳ παρὰ πᾶσιν ἀνθρώποις ἐς
τὸν αἰεὶ χρόνον. Παραβαίνοντι δὲ καὶ ἐπιορκοῦντι, τἀναντία τουτέων.”
“Juro por Apolo médico,
por Asclepio, Higía y Panacea, por todos los dioses y todas
las diosas, tomándolos como testigos, cumplir fielmente, según mi leal saber y
entender, este juramento y compromiso:
Venerar como a mi padre a quien me enseñó este arte,
compartir con él mis bienes y asistirle en sus necesidades; considerar a sus
hijos como hermanos míos, enseñarles este arte gratuitamente si quieren
aprenderlo; comunicar los preceptos vulgares y las enseñanzas secretas y todo
lo demás de la doctrina a mis hijos y a los hijos de mis maestros, y a todos
los alumnos comprometidos y que han prestado juramento, según costumbre, pero a
nadie más.
En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho
de los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia.
Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me
soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré
abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma
santa y pura.
No tallaré cálculos sino que dejaré esto a los cirujanos
especialistas.
En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los
enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción,
principalmente de toda relación vergonzosa con mujeres y muchachos, ya sean
libres o esclavos.
Todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, y
todo lo que supiere acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser
divulgada, lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable.
Si el juramento cumpliere íntegro, viva yo feliz y recoja
los frutos de mi arte y sea honrado por todos los hombres y por la más remota
posterioridad. Pero si soy transgresor y perjuro, avéngame lo contrario.”
Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid
y Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación