Si ha existido un pensador influyente, a escala
universal, ubicado en el periodo de la luz por excelencia, la Ilustración, ha
sido François-Marie Arouet (1694-1798), conocido como Voltaire. Fue un hombre dotado de una
inteligencia brillante, y por ello muy incómodo para ciertos ámbitos de poder.
Con una vida personal inquieta y llena de vaivenes, la conjugación de ciencia,
filosofía, literatura y opinión jurídica han hecho de Voltaire el modelo de
intelectual, para quien los postulados de Isaac Newton desde lo científico y de John
Locke desde lo legal integraron las premisas de sus particulares conclusiones.
Ácido, crítico e irónico como pocos en su tiempo, fue por igual admirado en los
círculos culturales y rechazado desde algunos sectores afectados por su
incisiva prosa, dando lugar, incluso, a la prohibición de ciertos textos suyos.
El avanzado intelecto de Voltaire rápido le hizo
reaccionar ante un hecho social del que era testigo directo: la profunda
desigualdad jurídica existente entre las personas que integraban la sociedad de
sus días. Era consciente de que las diferencias de clase o estamentales, aún
teóricamente difuminadas entonces, en la práctica seguían dándose, y los
privilegios de clase, por un lado, así como el menosprecio a los derechos de
otros colectivos, por otra parte, eran extremos patentes en la vida ordinaria.
Voltaire era un hombre práctico, no tanto un filósofo de las ideas, sino una
persona interesada en que sus tesis tuvieran un reflejo real en la vida. Por
ello no guardaba una relación muy positiva con idealistas (a los que consideraba, realmente,
ingenuos), metafísicos o, en general, pensadores que partieran de la premisa de
una bondad universal de la especie humana. Para el gran intelectual francés que
nos ocupa, el denominado Derecho Natural era un tanto indefendible, pues a
escala práctica, aquellos valores inherentes, superiores y ubicados en un
hipotético plano superior poco podían significar si su traducción a la vida
social era escasa o ninguna.
Por ello, desde la perspectiva del Derecho,
considero a Voltaire un positivista, pero con un añadido esencial, dentro de lo
que yo podría denominar un positivismo crítico
o racio-positivismo.
Del mismo modo que Voltaire no era religioso
conforme a los cánones de la Iglesia Católica, pero sí tenia un concepto de
causa primera de lo que entendemos por real, ubicada en un plano ontológico
distinto al del efecto que produce (nuestra realidad sensible), al tiempo que
era marcadamente crítico con el proceder de la estructura terrenal
eclesiástica, desde lo atinente al Derecho, el insigne pensador francés era
consciente de que las leyes de su época, nominativamente igualitaristas, en la
práctica no lo eran en absoluto, y de que la Justicia derivada de su aplicación
no contribuía a una igualdad real en derechos y obligaciones de todos los
individuos. En definitiva: Voltaire abogó por una igualdad práctica derivada de
la corrección de la técnica legislativa y de la actividad judicial. De nada
sirve, desde su punto de vista, que una idealización de la Justicia, o de los
valores superiores, permanezca en ese plano indefinible si quienes se encargan
de redactar las leyes, o de aplicarlas, actúan completamente al margen de
aquellos principios y conforme a sus intereses o los de algunos grupos. Esto
es: la verdadera igualdad social, la Justicia efectiva, se tiene que obtener con pragmatismo, sin apelar a estratos metafísicos. Responsabilidad del
poder, por lo tanto: la desigualdad de la sociedad es fruto de un legislador
que no actúa movido por el interés general, poniendo a la ley y a la Justicia
intencionadamente al servicio de algunos, no de todos.
Voltaire era partidario de la autoconstrucción
del ser humano, es decir: la iniciativa para mejorar como individuo parte del
propio sujeto, de su esfuerzo personal, y desde él se deriva a toda la
sociedad. La tolerancia, término que
fue el paradigma de su filosofía jurídica, empieza a título individual, siendo
cada persona quien ha de ser respetuosa con los derechos de los demás, y de
este modo, recíprocamente, cada uno con el resto, dando lugar a un estado de
verdadera convivencia basada en la consideración a los derechos individuales.
Esta es la vía de la auténtica igualdad jurídica. Procederá del esfuerzo
humano, de la proactividad de cada uno para poder conseguirlo, sin acudir a una
concepción cándida y buenista de nuestra especie o dejarlo en las manos de
entidades residentes en planos ignotos.
No es de extrañar que Voltaire llamara a
revolverse contra aquellas leyes que, en el fondo, aparte del revestimiento
formal, nada tuvieran de justas en el sentido de iguales para todos, pues tal
revolución lo sería contra aquellos que siendo responsables de hacer esas
normas jurídicas, no habrían, en modo alguno, asumido el deber moral de
tolerancia y respeto hacia los demás que debe fundamentar su quehacer.
Un pensamiento, pues, tan práctico como crítico;
una revolución intelectual que atraviesa la Filosofía para entrar en lo
pragmático, en el Derecho, y así cumplir el fin propio de la Justicia: dar a
cada uno su derecho, sin distinciones.
“El ultimo grado
de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia.”
“Las discusiones
metafísicas se parecen a los globos llenos de aire; cuando revientan las
vejigas, se observa cómo sale el aire y no queda nada.”
“La tolerancia no
ha provocado nunca ninguna guerra; la intolerancia ha cubierto la tierra de
matanza.”
“Los pueblos a quienes no se hace justicia se
la toman por sí mismos más tarde o más pronto.”
“La política es el camino para que los hombres sin principios puedan
dirigir a los hombres sin memoria.”