Lewis Carroll (1832-1898) fue un matemático,
fotógrafo y escritor inglés, cuya faceta literaria, iniciada a través de la
publicación de cuentos breves en algunas revistas, despuntó con uno en
especial, Alicia en el país de las
maravillas, al que le siguió Alicia a
través del espejo.
Mucho se ha escrito y estudiado sobre estas
obras, y la conclusión a la que se llega es que ambos relatos están más allá de
ser libros infantiles; se trata de una narrativa de notable profundidad, dotada
de un gran simbolismo, con un tinte crítico encubierto que, a través de la
visión del adulto experimentado, se manifiesta claramente hacia el exterior. Y
a ello ha de añadirse que resulta sorprendente su proximidad, haciendo de Carroll
un escritor inteligente, pues supo exponer de forma metafórica la naturaleza de
la sociedad, del poder e incluso de la forma de proceder en Derecho, presentando
una peculiar acción de la justicia, que, como digo, a la luz del día de hoy se
entiende perfectamente.
Se ha encuadrado el cuento de Alicia dentro
de lo que ciertos expertos consideran un tipo de literatura surrealista.
Discrepo de esta catalogación. Sí creo que se trata de un relato metafórico,
que lleva a una moraleja, pero no lo estimo con un nivel de alteración de la
realidad de tal calibre que suponga una deformación de la misma para generar un
mundo desconectado totalmente con el real, o constitutivo de un contexto fantástico
alternativo. En modo alguno. Los escritores, en ocasiones por ser así su estilo
y en otras –no escasas- para evitar la censura –instaurada o no, pero
igualmente existente, dejando las apariencias de lo contrario atrás- recurren
(recurrimos) a la metáfora y a otras figuras literarias para realizar una crítica,
incluso feroz, a la realidad que tenemos y a los evidentes causantes de los
males que nos afectan. Pero esto no quiere decir que se inventen mundos gratuitamente,
surrealistas por injustificados, o que esos mundos se separen de aquél en el
que el autor está viviendo. En toda obra su autor está, y muy presente, porque
es parte de él. Hay que saber leer, y sobre todo saber leer entre líneas. Otro
problema muy distinto es el no ser capaces de hacerlo, una tristeza (cosa que
al poder le interesa intensamente, y trabaja en ello con ahínco) o que el
lector simule que no entiende lo que el autor le está queriendo decir de una forma
velada. Esta última posición se manifiesta muy ilustrativamente con el
silencio: leer y callar, o mirar y callar. No pronunciarse. No hemos visto
nada. Falso: el interés (o el ánimo, más que intelectual –ojalá fuera-,
escudriñador – bien provistos de visillo y catalejo-) es absoluto, pero unas
veces nada se dice porque fastidia, y otras porque hay que protegerse -no
alineándose con lo leído o visto- de lo que mora ahí fuera, en ocasiones
manifiesto por salvaje, y otras tan escondido, por cierto, como el propio mensaje
auténtico de los relatos; pero es que aquello es cinismo, y ésto, literatura. Sutil
diferencia.
Alicia es una niña que un buen día, estando
en el campo, ve pasar a un conejo blanco a gran velocidad, y le persigue hasta
su madriguera, cayendo a través de ella -que resulta ser un agujero cuasi
infinito- a un mundo absurdo donde los objetos y los animales hablan y la personalidad
y carácter de Alicia parecen diluirse en un ritmo frenético de acontecimientos,
hasta llegar a conocer a la reina de corazones, una tirana en toda regla que
tiene por la principal de sus aficiones condenar a que le corten la cabeza a
todo aquel pobre infeliz que no sea de su misma opinión, y asistir a un juicio
como testigo. Un variado periplo, que concluye con el despertar de Alicia,
descubriendo que se había quedado dormida.
La representación del personaje del conejo
blanco es evidentemente la plasmación del elemento tiempo en la vida del ser
humano. Un componente esencial en la existencia, y en efecto, nada hay más
veloz y fugaz que la propia vida. Como para desperdiciarlo. En paralelo, este
personaje también sirve de catalizador entre realidades, pues conduce a Alicia
de un plano a otro. Desde luego, el autor ha querido representar al factor
tiempo como aquello que nos va a trasladar a ese mundo ilógico en el que ahora
vivimos. Es el tiempo el que lleva a la sociedad, a través de la historia, hasta
momentos respecto de los que nadie puede discutir que no son de una especial
brillantez en el devenir humano, al punto de colocar a la sociedad en una
situación de ultimatum. También es ilustrativo que Alicia cae a través de un
agujero sin fin; por lo tanto, el tránsito hacia esa época oscura es negro y en
descenso. Y al llegar a ese nuevo mundo, lo que se encuentra Alicia es el completo
caos lógico, lo que no es lo mismo que la irrealidad. Es entendible que existen
momentos históricos y sociales (no hace falta remontarse muy lejos) que son una
realidad y al mismo tiempo una completa locura.
Ya en ese plano, hay seres fantásticos que
hacen cuestionar a Alicia su propia naturaleza, su mismo carácter, en
definitiva, jugar con ella para que asuma obligatoriamente lo que estos
personajes quieren que sea ahí. Y cuando Alicia se ratifica en quien es, sin
asumir la imposición ni las órdenes de nadie, lo que genera es un profundo enfado.
Estamos ante la manipulación del individuo: la necesidad de los detentadores
del poder y de sus acólitos de no ser cuestionados, incluso negando lo
objetivo, repitiendo hasta el hartazgo absolutas falsedades e incidiendo en la
educación para que el ciudadano achante con su dogma, interiorizándolo sin
crítica y fundiéndose con él, colonizando su mente, parasitando su
personalidad. El imperio de la mentira.
El juicio que se celebra en el relato es un
ejemplo absolutamente contundente de todos los males derivados de la infiltración
del poder en la justicia y de la ruptura del principio de separación de
poderes. El juez es la propia reina de corazones, por lo tanto, nos encontramos
ante el poder ejecutivo actuando como poder judicial, directamente, sin ningún
tipo de cortapisa, con desfachatez; el rey, sentado al lado de la reina, es
menospreciado y presentado como alguien que se preocupa por cuestiones
secundarias a ese juicio, siendo así la viva representación del sometimiento total
al poder ejecutivo y a sus decisiones, aunque sean atroces y en ejercicio de
atribuciones que no son las suyas. Y finalmente, aunque en ese juicio, que se
sigue por el robo de unas tartas, las pruebas no indican que el acusado sea su responsable
(los testigos desconocen los hechos), y, es más, aquellas tartas habían vuelto a
la mesa (razón sobrada para retirar la acusación) la reina, completamente
frustrada, ordena que al acusado le corten la cabeza igualmente. Por lo tanto, aquí
son indiferentes la moral, la justicia y el Derecho: lo único que importa es la
voluntad del poder, que se reviste de unas facultades que no tiene, porque son
de otros, y de unas apariencias y formalidades solemnes, para actuar de forma
viciosa y siempre arbitraria, condenado -o perdonando, o amnistiando, o suavizando los castigos…-
según le viene en gana, siendo ese poder el verdaderamente inmoral y el jurídicamente
responsable de todo lo que pasa.
Por lo tanto, coincidiremos en que las
aventuras de Alicia, siendo nuestra protagonista la representante atemporal de
una persona como cada uno de nosotros que vive los acontecimientos a los que le
lleva un poder desbocado, están muy lejos de quedarse en un simple cuento para
niños, y que su “país de las maravillas” es “nuestra tierra del caos”.
“¿Quién decide lo que
es apropiado? Y si decidieran ponerse un salmón en la cabeza, ¿tú lo usarías?”
“Solo unos pocos
encuentran el camino, otros no lo reconocen cuando lo encuentran, otros ni
siquiera quieren encontrarlo.”
“Si yo hiciera mi mundo
todo sería un disparate. Porque todo sería lo que no es. Y entonces al revés,
lo que es, no sería y lo que no podría ser sí sería.”
“En un mundo de locos,
tener sentido no tiene sentido.”
“De modo que ella,
sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas,
aunque sabía que solo tenía que abrirlos para que todo se transformara en
obtusa realidad.”