Giordano Bruno (1548-1600) fue un erudito
italiano conocedor de múltiples facetas del saber: matemáticas, astronomía,
filosofía, teología o astronomía. Como suele ocurrir con aquellos estudiosos
cuya inteligencia es capaz tanto de ver las diferentes facetas del conocimiento
como de comprender que todas ellas actúan al unísono, formando parte de un
todo, pronto elaboró sus propias teorías, que reunieron las características
propias de la genialidad: su naturaleza original o genuina, y su impronta
revolucionaria o rompedora con los dogmas comunes e impuestos desde el poder,
entonces eclesiástico.
Tan pronto como Giordano comenzó a cuestionar
ciertos postulados filosóficos y teológicos, y relacionó los mismos con una
idea del universo y del sistema solar que se salía de los cánones establecidos,
acercándose mucho a lo que a día de hoy la propia ciencia defiende, en cuanto a
la infinitud del cosmos y la existencia de innumerables sistemas planetarios
similares al de la Tierra, fue objeto de denuncia ante la Inquisición por
diferentes cargos, siendo el más importante de ellos el de herejía. Giordano
quería que sus estudiantes, -poniendo en especial valor a la memoria como
herramienta para llegar a otro nivel de conocimiento- pensaran, reflexionaran,
que fueran críticos con la presentación de la realidad que desde el poder se
realizaba. Tras un proceso que duró años, e incluyó prisión, finalmente toda la
obra de Giordano Bruno fue objeto de anatema, desarrollándose un juicio, en
realidad, a la integridad de su pensamiento, con la pretensión de reducir a
cenizas sus libros y su propio ser. Y así fue: su producción, prohibida o
perdida; y él mismo ajusticiado en la hoguera, quemado vivo y con un trozo de
madera en la boca para que no hablase. Durante el proceso inquisitorial el
acusado hizo alegaciones (que ni tan siquiera se leyeron) y la sentencia que lo
condenó a muerte no hizo sino que plasmar una decisión tomada de antemano.
Las vicisitudes de Giordano Bruno, su pensamiento
crítico e innovador, que se aproximó a una realidad científica verificada con el devenir de la historia, y el final que tuvo, llevan a plantear un necesario contraste con
la actualidad.
No es discutible que en aquella época el concepto
de tolerancia era inexistente. Ocurría todo lo contrario: el poder imponía su
criterio, no precisamente caracterizado por unos argumentos racionales ni
razonables, sino guiados, especialmente, por el afán de mantener el estado de
control sobre las personas en toda su dimensión, física y espiritual. Por ello,
cualquier intelectual que, naturalmente, se mostrase al mundo como tal, con
todo lo que ello lleva implícito (el pensamiento crítico, la creatividad, la
originalidad, en definitiva, el avance) era un auténtico peligro para aquellos
cuya vida discurría desahogada y colmada de abundancia a todos los niveles,
mientras la sociedad se encontraba en una oscuridad intencionada, pues cada vez
que se encendía una vela que era capaz de empezar a iluminar la mente de las
personas para ver la verdadera cara de la vida, siempre el poder se iba a
encargar no solo de apagarla, sino de destruirla y además atemorizar a
cualquier otro que intentase seguir un camino parecido. Obvio es decir que las
normas procesales en el enjuiciamiento a Giordano Bruno fueron un puro
artificio, una forma de dar cobertura a un asesinato.
Siglos han pasado desde entonces.
En los tiempos actuales, regidos por un
nominativo progreso en libertades de pensamiento y expresión, que teóricamente
gozan, además, de una protección jurídica y un asentimiento ético que, de cara
hacia fuera, no se niegan, en la práctica estamos asistiendo a un fenómeno que
se empieza a aproximar a lo que acontecía en la época de Giordano Bruno, pero
desde un punto de vista laico o civil. El fundamento de ello se encuentra en el
actual imperio del relativismo moral, conforme al cual, aunque, en principio,
se enarbola la bandera de la tolerancia suprema, y especial y públicamente por
aquellos que defienden un a priori
pensamiento que dicen contemporáneo y respetuoso, lo cierto es que se traduce
en la total intransigencia hacia quien, con razón o sin razón, se mantiene
firme y seguro en sus convicciones, de modo que todo aquel que no cuestione o
reniegue de su personal posición ética, para adscribirse a la de los demás, y
hacer todo lo que los demás hacen, es objeto de un rechazo visceral. Se trata
de la práctica obligación de forzar a una retractación del propio pensamiento
diferenciado, para ser admitido socialmente. La nominativa tolerancia del
relativismo moral no es tal en absoluto, sino una auténtica y encubierta
imposición sobre la libertad de decisión y de criterio, sin duda alentada,
cuando no insuflada, desde el poder, pues el verdadero respeto al libre
pensamiento es lo que genera una reacción en contra de las cadenas impuestas
por dirigentes que actúan movidos por su propio interés. A ello éstos contribuyen
con sistemas educativos que no solo no buscan lo que pensadores como Giordano
Bruno inculcaban, sino que los emplean como medio de aleccionamiento, creando
personas acríticas y con un sentido de la realidad configurado por múltiples
intereses creados. El resultado es muy similar a lo que le ocurrió, no solo a
Giordano Bruno, sino a muchos otros pensadores y científicos: primero, la
obligación social, a modo de práctica coacción, para renegar de su pensamiento
(en aquellas personas cuyo criterio se mantenga, a pesar de todo), y segundo,
el empleo de todos los instrumentos posibles (ley incluida) para convencer
tanto sobre la bondad de lo impuesto, hasta sobre lo consensuado del origen de
esas normas; y si, aun así, alguien todavía se cuestiona sobre su justicia y
legitimidad, se le imponen como leyes que son.
Poco falta para llegar al triste desenlace del
buen filósofo italiano.
“En
cada hombre, en cada individuo, se contempla un mundo, un universo.”
“Alce la cabeza y vea si por el aire vuelan ahora
las perniciosísimas estinfálides, quiero decir, si vuelan aquellas harpías que
a veces solían nublar el aire e impedir la visión de los astros luminosos.”
“No es verdadera
ni buena aquella ley que no
tiene por madre a
la sabiduría y
por padre al intelecto racional.”
“Es natural que
las ovejas que tienen al lobo por gobernante tengan como castigo el
ser devoradas por él.”